Así como yo camino por la casa en la madrugada, así como me pregunto tantas cosas, hay millones de personas que lo hacen, a lo largo y ancho de este mundo nuestro.
Hemos sido educados en diversas circunstancias, con mayor o menor tonelaje de mentiras y viciadas verdades por nuestros gobiernos y regímenes. Manipulados en la política religiosamente, y no tan políticamente en lo religioso.
Tenemos una concepción del mundo, sin poder saber a ciencia cierta, si hemos puesto lo suficiente de nosotros en la inevitable doctrina con que nos han imbuido. Creemos ver a veces nuestro pensamiento en alguna línea editorial, y al mismo demonio en otras; pero cuál es la razón para lo que nos resulta justo o deseable, pueda ser considerado odioso por personas que han crecido junto a nosotros en cada realidad o país concreto.
Una especie de teoría subrepticia desarrolla en mí entendimiento, sin que yo pueda encaminarla con mi bagaje de occidental que ha roto un par de platos; pero nada más (si dejamos aparte las promesas):
Las religiones de casi todos los signos, tienen además de sus divinidades, la figura del malo malísimo, para que la bondad tenga sentido y brillo; como si los dioses se ensalzaran porque existen los demonios, y tanto dioses como diablos, tienen el mal hábito de la eternidad. El mundo así, en cualquier cultura, parte de dos hemisferios enfrentados; y aquí es donde entra mi teoría: Es difícil introducir un concepto sino hay un lecho biológico en el que pudiera enraizar. Nacidos somos de dos hemisferios entre los que deberemos estipular la jerarquía de las deidades; y cuando hayamos escogido, habremos parido una posición que suele ser inamovible. A partir de ahí, serán nuestros enemigos, quienes no se reflejen en nuestro espejo; vampiros malditos de las sombras.
Todos necesitamos un enemigo por alguna razón natural que desconozco; pudiera estar ligada a la territorialidad sexual o gastronómica, al agua o a la extensión de los genes. La cuestión es que todos llevamos esa carga explosiva. Los gobiernos, los sistemas económicos y religiosos lo saben, y ahí restregan su dedito envenenado, en la llaguita dormida… Así nos va.